Los encinos, viejos forjadores y testigos de nuestra historia

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Por Lidia Isabel Díaz Saldaña

Egresada de la Licenciatura en Historia

Según estudios de restos arqueológicos, la península de Baja California comenzó a poblarse por indígenas nómadas que probablemente emigraron de parte del Norte del continente americano (originarios de África y Asia)  alrededor de hace 14,000 años[1]. En la región de Baja California llegaron a habitar cinco grupos nativos: los Kumiai, tipai, pai pai, kiliwa y cucapá, los cuales pertenecen al complejo cultural Yumano.

Estos grupos se alimentaron y protegieron del clima con lo que les ofrecía el entorno natural en el que se encontraban. Actualmente, podemos admirar su forma de vida por medio de los rastros que dejaron, que van desde utensilios de hojas secas o piedra, hasta pinturas rupestres como las ubicadas en Vallecito, abrigos rocosos que los protegían de las duras condiciones climáticas de la región, morteros[2] (elementos encontrados en el municipio Tecate) y concheros o basureros indígenas, como también se les llama (elementos encontrados en el resto de la península).

Las comunidades étnicas que habitaron la demarcación de Tecate fueron los “Kumiai” o “diegueños” que fueron parte de la jurisdicción misional española de San Diego de Alcalá fundada en 1769 en aquel momento, Alta California. La comunidad indígena que vivió en la región se alimentaba principalmente de la recolección de bellotas y piñones, migrando cada año para su recolección.  Como bien sabemos, gran parte de Tecate estaba colmado de encinos, sobre todo en la parte norte y noroeste del municipio, mientras que el piñonero se encuentra en la parte sureste, hacia la sierra de Juárez[3].

De hecho, Tecate se caracteriza por su ecosistema desértico y montañoso conocido como el “chaparral submontañoso”, lo cual hace su fauna y flora muy diversa, pero, si algo identifica  a Tecate es la presencia de encinos.[4]

El encino es un árbol con una altura considerablemente alta, su crecimiento es lento y su ciclo de vida es muy largo. Los encinos se desarrollan ampliamente y de manera natural en los bosques templados, bosques tropicales, semitropicales y en los matorrales de climas secos del hemisferio norte[5]. Son peculiares por su polimorfismo[6], lo cual ha dificultado su identificación para los especialistas.

Enseguida, la siguiente cita ilustra la influencia de los encinos en la vida de los Kumiai que habitaban la zona:

“recolectaban gran variedad de especies vegetales para su alimentación: en mayo colectaban ajcai (ilayas) y las comían como fruto, por el mes de septiembre, el árbol les ofrecía la semilla del juiu (piñón), con el cual tostaban o preparaban harina (pinole) y lo podían comer en forma de atole endulzado con miel de abeja. El sñau (encino) se colectaba en noviembre, y se le extraía su fruto; posteriormente se preparaba el clásico atole de bellota. Los nativos se vestían con elementos del medio, las mujeres usaban falda sauce, los hombres un taparrabo; con el tallo de psilj (junco) y el sauce elaboraban la cestería, útil para guardar alimentos. En la ranchería, los Kumiai elaboraban su vivienda con ramajes, dormían en el piso de tierra, sobre pieles de venado; tenían un tronco que servía de asiento”.[7]

Así, es como la comida tradicional Kumiai es formada sobre todo, por el frijol con trigo, el atole de bellota, café de bellota y  carne seca de venado y reunía a grandes familias durante periodos de fiestas. La vegetación y clima extremoso han marcado el desarrollo de Tecate, haciéndolo no solo más vulnerable a incendios, sino tambien propiciando la deforestación. En concreto, el encino tuvo una gran influencia e importancia en la vida de los nativos que habitaron la región, este paisaje marcó su historia, llegando incluso a marcar el nombre del municipio, pues una de las teorías es que Tecate significa “tecata” haciendo referencia  a “piedra cortada” o “árbol cortado” posiblemente en relación a la corteza del encino.

Tecate y sus encinos se convirtió en el “punto de referencia del lugar, una fuente de sustento como alimento y de energía para menguar el frio o cocer alimentos”[8], influyó grandemente en la movilidad territorial estacional indígena de la región, fue punto de reunión de intercambio, zona de protección, alimento, rituales mágico-religiosos de la antigua sociedad Kumiai,  pues en sus cuentos los consideran como árboles sagrados; poco a poco ellos conocieron el ecosistema y fueron formando conocimientos que heredaron a las futuras generaciones….

Se puede concluir que comprensiblemente, la vegetación y el clima ha marcado el desarrollo de Tecate, haciéndolo no únicamente más vulnerable a incendios afectando los encinos, sino tambien propiciando la deforestación de estos, tanto para su uso como materia prima en la elaboración de diversos materiales, como para abrir caminos para actividades ganaderas y agrícolas.

Básicamente el paisaje se fue transformando para atender actividades que respondieran al crecimiento de la ciudad. Al presente, quedan pocos encinos comparados con el pasado; el parque “Los encinos¨ es el único sitio que resguarda parte de ese pasado, pero lamentablemente no se les reconoce su valor natural e histórico y por lo tanto no se les protege como debería.

Bibliografía:

-Guerrero, L. Bibiana Santiago, “La gente al pie del Cuchumá: memoria histórica de Tecate”,  -Universidad Autónoma de Baja California, Instituto de Investigaciones Históricas, 2005
Ineec, “Aspectos generales de los encinos”

[1]Guerrero, L. Bibiana Santiago, “La gente al pie del Cuchumá: memoria histórica de Tecate”,  Universidad Autónoma de Baja California, Instituto de Investigaciones Históricas, 2005, p.25

[2] usados para machacar en su cavidades la bellota producto del encino

[3] Guerrero, p.31

[4] De hecho Mexico concentra la mayor cantidad de las 161 especies existentes de encinos, con alrededor de 109 endémicas al país.

 

[5] Ineec, “Aspectos generales de los encinos”, p.14

[6] fenómeno consiste en la variación de la forma del tronco, hojas, flores, frutos y aspecto en general de cada especie.

[7] Guerrero, p.39

[8] Guerrero, p.41

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